Hubo un tiempo en el que me hice experta en aguantar, resistir lo que ya intuía no iba más en mi vida. Muy en el fondo se siente cuándo estamos plantando semillas en tierra fértil y cuándo en tierra seca, sin nutrientes. Sin embargo, allá iba yo, insistiendo, sosteniendo lo ya vencido. Cuando miro para atrás, lo hago de una manera compasiva conmigo misma, con paciencia y amor, lo estaba intentando, creía que eso era lo mejor. Tarde o temprano nos cae la ficha y a mi me cayó hace no mucho tiempo: suspiré y dejé de hacer malabares, mi alma estaba cansada. Aunque a veces me da nostalgia, hoy puedo decir adiós a lo que me pesa: mis propios destratas, aquellos vínculos que se secaron, porque de ambas partes el hilo que nos unía, se cortó. Los lugares en los que permanecí con un nudo en el estómago, las veces que dije Si, pero quería decir no, las máscaras que a veces utilizaba para no mostrarme tal cual era, por temor al rechazo, a la mirada ajena y tantas cosas más. No tengas miedo, deja de sostener lo que está podrido y te nubla la mirada. Después habrá tiempo de soltar o transformar, con sacarte la mochila pesada, por ahora es suficiente, ¿no lo crees?
