Todos los seres humanos tenemos por igual dos brazos, dos manos, dos piernas y dos pies. Asimismo tenemos un cerebro, dos ojos, dos oídos, una nariz y una boca.
Y también todos tenemos la capacidad innata de pensar. Y ahí reside el quid de la cuestión: la mayor diferencia existente entre cada ser humano es su forma de pensar, su mentalidad. Es decir, que cada persona aprende a racionalizar sus ideas de manera distinta, cada individuo aprende a interpretar el mundo de diferente manera, por lo que es imposible que dos personas, de la misma o diferente cultura, vean las cosas del mismo modo.
Esto permite plantear varias preguntas básicas: ¿Por qué cada uno de nosotros piensa lo que piensa? ¿Por qué cada uno piensa a su manera? ¿Por qué no todos pensamos igual? Y la mejor respuesta a estas preguntas es: por lo que cada uno decide «creer» a partir de su entorno y de sus propias vivencias.
Así es, casi todos los pensamientos que tenemos se generan por nuestras «creencias». Esto significa que cada creencia nuestra es un pensamiento enraizado en la mente. El caso es que todos vamos grabando o almacenando en la mente, de forma inconsciente, lo que vamos aceptando como cierto, lo que vamos aceptando como creencia.
Y el problema de las creencias es que una vez que las interiorizamos sin llegar a cuestionar su validez, se instalan en nuestro sistema de creencias subconscientes hasta que se vuelven «realidad». Sí, han leído bien. Los pensamientos positivos y negativos que pensamos son verdad, se manifiestan en nuestra realidad. Creamos lo que creemos.
