Vemos lo que hemos aprendido a ver. Escuchamos lo que hemos aprendido a escuchar, deducimos, comprendemos, resentimos… lo que hemos aprendido a deducir, comprender, resentir… ¿Y si lo que he aprendido me impide escuchar?. ¿Y si me estuviese aferrando a lo ya nombrado, a lo ya identificado, a lo ya “aprendido por miedo”, por miedo a perderme? En este caso, ¿cómo saber si mi oído recibe o emite? Tengo una escucha que oculta o que ausculta? O, peor aún: ¡una escucha que impondría su saber! Entonces, ¿cómo evitar esas desviaciones? apoyándonos en la “verdad del resentido”, en nuestras sensaciones. Eso es algo que no miente, pues escapa a cualquier control de la voluntad: se mueve en nuestro interior, se retuerce, se crispa, se ahueca como un vacío, un abismo; pesa una tonelada, se anuda, se tensa, parece que esta en el vientre, en el plexo solar, en la garganta, sobre los pulmones, como una opresión: las rodillas flaquean, todos los músculos del cuerpo se endurecen o se aflojan, y el fondo de la garganta se seca. Ya no se trata de interpretaciones o de discursos, sino de la realidad.
– Christian Fleche y Philippe Lévy, “Descodificación Biológica, protocolos de retorno a la salud”