Tenemos la mala costumbre de no valorar el tiempo que los demás nos dedican. Una conversación, un abrazo, una sonrisa, un cómo te encuentras, un “lo hago porque sé que te gustaría” o simplemente un gesto de acompañamiento. Hay miles de actos diarios de las personas que nos rodean que no valoramos.
No hace falta que los segundos, horas o minutos procedan de nuestros familiares, amigos o pareja. El tiempo de los desconocidos también se vuelve importante cuando por ejemplo, gracias a ellos el día puede comenzar con una sonrisa porque sus buenos días estaban cargados de alegría o nos dan ese empujón que necesitábamos. La grandeza de las personas está en esos detalles de pequeño tamaño, pero de grandes efectos y afectos.
El tiempo no se exige, se elige
Hay quien no es capaz de percibir el esfuerzo de otras personas por hacerle su rutina más llevadera, dar color a sus días grises o querer disfrutar de su compañía. Hay personas que ven como obligación lo que en realidad es una elección por parte de los otros. Hay para quien el tiempo de los demás pasa desapercibido, quien lo valora como si fuera un tesoro y quien lo exige al otro, como si fuera suyo.
Cada uno de nosotros es libre de a quién y cómo dedicar su tiempo. No olvidemos que los minutos, horas y segundos son fragmentos de nuestra vida y nadie tiene potestad para decidir libremente sobre ellos.
