‘No sirvo para nada’, ‘soy tonta’, ‘soy culpable de todo’… ¿Cuántas veces al día te maltratas con estas frases que no sirven más que para hacerte sentir mal? Hablarnos con cariño no es un consejo banal. Es un mensaje que se viene transmitiendo a lo largo de la historia y, que desde hace unos años, también lo hace la neurociencia. El cerebro sabe cuando te hablas bien y cuando estás siendo dura y exigente contigo misma. La ciencia nos explica cómo la autoamabilidad beneficia el bienestar, la capacidad de aprendizaje, la memoria y la calidad del sueño.
En definitiva, la autoamabilidad supone trabajar el respeto y el amor propios, ese amor incondicional, solo comparado con el amor materno; perdonarnos y dejarnos fallar. Esto no quiere decir que seamos condescendientes ni que utilicemos la amabilidad como excusa o como bandera de rendición. Tampoco implica que no seamos autocríticas, pero sí que lo seamos de manera más ecuánime, más realista y más equilibrada.
. Cuando hablas de ti con respeto, aceptación y compasión, las hormonas del bienestar entran en acción. Pero cuando te criticas severamente, se activan las zonas que tradicionalmente se relacionan con… ¡el dolor físico! Es como si te pegases». Ocurre lo mismo cuando te critican otros, porque, aunque digamos que no nos afecta lo que digan los demás, una opinión negativa, con frecuencia nos produce malestar. «Sí, las críticas duelen. Así que también hay que tener cuidado con lo que decimos a los demás. Y, sobre todo, lo que nos decimos a nosotros mismos». Las frases ‘no valgo nada’, ‘soy tonta’, ‘no sirvo’, ‘soy torpe’ o ‘tengo la culpa de todo lo que sale mal’ retumban en tu cerebro como martillazos. «Este recibe la crítica y entra en un dilema, despertando todos los procesos de rumiación, que se mueve en torno a esa nueva idea que le estás dando de ti misma».
