cultivar valores.

Hace algunos años se hizo público un informe de las Naciones Unidas, en el que se decía que aunque fuera posible que toda la población mundial tuviera cubiertas todas sus necesidades físicas básicas, como vivienda, comida, vestido, etc, todavía sería una tarea ingente e imposible dar una educación básica a toda persona en el mundo. Ese informe ilustra cuán importante es la educación y la formación en el ser humano, sobre todo la inculcación de valores y virtudes como la empatía, la prudencia, el gobierno de uno mismo, el amor por la verdad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto a uno mismo y el respeto al otro prescindiendo del color de la piel, del sexo, de ideología política, de religión, etc.

Un valor moral siempre tiene un efecto social positivo, bueno, en contraposición al mal, y orienta la actitud y conducta del hombre hacia el obrar bien. Una virtud es la disposición habitual para hacer el bien, y algunos ejemplos podrían ser la honestidad, la prudencia, el respeto, la templanza, la paciencia, la lealtad, la serenidad, el optimismo, la gratitud, la fortaleza, la valentía, la justicia, la caridad (amor agape) o la esperanza.

Sin duda el principal lugar para inculcar esa clase de valores y virtudes es el mismo hogar donde se vive. Es ahí donde la labor de los padres se convierte en algo absolutamente fundamental. Pero también son los centros de enseñanza los que pueden contribuir eficazmente a que dentro de una formación integral de la persona, se incluya también la inculcación de valores o virtudes que fortalezcan su dimensión ética y dialógica. De lo contrario, el niño, el joven, o incluso personas adultas, pueden verse inmersos en entornos donde se adoctrine en ideas contrarias a la virtud o al respeto y dignidad del ser humano.

«Nadie nace odiando, se te enseña. En la escuela decían que la segregación estaba en la Biblia: Génesis 9, Versículo 27. A los siete años si te dicen algo tantas veces llegas a creértelo. Crees en ese odio, lo vives, lo respiras, te casas con él«.

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